lunes, 12 de marzo de 2012

Caminos de agua por el Aragón de Joaquín Costa

La Ruta de Joaquín Costa por Huesca sigue el trazado del Canal de Aragón y Cataluña, entre las localidades de Graus y Monzón. En esta imagen, calle de las Fuentes, en Barbastro. Lucas Abreu
Joaquín Costa es uno de esos españoles sin suerte. La vida no le sonrió, y la posteridad, muy poco. Ha dado su nombre a algunas calles, es cierto, pero el centenario de su muerte pasó sin pena ni gloria. La sombra de la pobreza lo acompañó siempre, desde que nació en Monzón, en 1846, hijo de un matrimonio de labriegos pobres; la familia tuvo que mudarse a Graus cuando Joaquín solo tenía seis años. El crío tuvo que ayudar en el campo. Solo al cumplir los diecisiete tuvo acceso a la educación, en Huesca, sirviendo como criado sin paga en casa de un pariente. A los veintiún años se trasladó a Madrid, y en cinco años se sacó la licenciatura y el doctorado en Filosofía y Letras y Derecho. “Escribo con plumas de otro –anotó siendo ya doctor– porque no puedo comprarlas”.



En fin, que su vida nunca fue fácil en términos materiales. En cambio, su actividad fue enorme. Flirteó con la política, colaboró con Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, puso en marcha proyectos de reforma agraria, pero, sobre todo, estudió y escribió con verdadera furia: aparte de medio millar de artículos, discursos y escritos ocasionales, dejó 42 libros, entre ellos obras fundamentales como Colectivismo agrario en España (1898) y Oligarquía y caciquismo (1901). Luchando contra la distrofia muscular que le aquejó toda su vida, se retiró a Graus en 1903 y todavía desde allí bramaba en los periódicos (“el león de Graus”, le llamaban); a pesar de su prestigio, seguía teniendo dificultades hasta para comprar sellos para sus cartas. Murió en 1911 y, como suele ocurrir a este tipo de heterodoxos a lo Menéndez Pelayo, ganó muchas batallas después de muerto.
La Diputación de Huesca auspició, con motivo del centenario, una Ruta Joaquín Costa dúplice, para hacer en automóvil o en plan senderista, ilustrada con una pequeña pero excelente guía. La ruta sigue el trazado del Canal de Aragón y Cataluña, entre Graus y Monzón; una de la obsesiones de Costa era crear grandes obras públicas para extender el regadío, y tuvo la suerte antes de morir de asistir a la inauguración de este canal. En la ruta se trenzan (aparte de Monzón y Graus) poblaciones como Fonz, joya renacentista, o Barbastro, que fue escenario de algunas de las iniciativas reformistas de Costa.
El último templario. Monzón, la capital del Cinca Medio, cuenta con unos 18.000 vecinos y está dominada por un castillo templario. Un bastión estratégico pues vigilaba el paso entre los valles del Cinca y del Segre. Monzón fue cabecera de una encomienda de la Orden del Temple (a Costa bien se le pudiera llamar “el último templario”, por su tesón y desgracia) y sede en varias ocasiones de las Cortes de Aragón, entre los siglos XIII y XVII. Para subir a él se requieren buenos meniscos, pero la visita vale la pena; entre otras cosas, un audiovisual (titulado precisamente El último templario) ilustra sobre las peripecias de aquellos monjes guerreros.
En la casa natal de Joaquín Costa puede verse una muestra permanente sobre el pensador montisonense. El CEHIMO (Centro de Estudios de Monzón y Cinca Medio), alojado en el mismo edificio, mantiene un pequeño museo de piezas arqueológicas halladas en la comarca. El CTC (Centro Temático del Canal de Aragón y Cataluña), en otro edificio, incluye parte del legado de Costa. También la iglesia de Santa María del Romeral tiene que ver con él, ya que en ella fue bautizado; el templo, de origen románico pero alterado en el curso de los siglos, es concatedral de la diócesis de Barbastro-Monzón. El Ayuntamiento, algún que otro palacio, la judería o el puente Viejo sobre el río Sosa redondean la visita.
Palacios renacentistas. Fonz es la gran sorpresa de la ruta. Uno se pregunta de dónde diablos ha salido tanto palacio renacentista. La respuesta está en que fue, en el siglo XVI, lugar de veraneo de los obispos de Lérida; el palacio de sus Ilustrísimas es ahora Ayuntamiento, y en él puede verse un Centro de Interpretación del Renacimiento. Otro palacio recién abierto a las visitas es el de los Condes de Valdovinos o Casa Ric (el matrimonio Ric figura entre los héroes de los Sitios de Zaragoza de 1808 y 1809). En la Casa Moner, renacentista, nació Pedro Cerbuna, obispo y fundador de la Universidad de Zaragoza. Hay muchas otras mansiones: casas Carpi, Bardají, del Fiscal, Monroset...; como curiosidad, en esta última nació Irene Monroset, que en los años 50 inventó la mercromina que alivió nuestros primeros cortes y caídas de la bici. Fonz hace gala a su nombre con dos fuentes, una renacentista y otra, la de Abaix, con un pequeño Centro de Interpretación del Agua.
Barbastro fue escenario de algunas iniciativas progresistas de Costa. Capital del Somontano, es capítulo aparte por su espléndida catedral gótico-renaciente (que aloja un retablo mayor de Damián Forment) y su Museo Diocesano, en el contiguo palacio episcopal. Otro espacio del mayor interés es el conjunto del Hospital de San Juan e Iglesia de Santa Lucía, donde se reúnen el Centro de Interpretación del Somontano y un Espacio del Vino dedicado a la D.O. Somontano.
Centro budista. Volviendo al Canal de Aragón (por la N-123) toparemos con Estada, que nada ha conservado de la Estata paleocristiana donde fue martirizado San Valero (querido patrón maño), pero está rodeada por los Canales Arias I y de Aragón y Cataluña, y próxima al lugar donde se encuentran el Cinca y el Ésera: un paisaje fluvial y amable que resume bien la ruta entera. Entre la carretera de acceso a Olvena y la Central Eléctrica San José, el río Ésera discurre por un congosto o desfiladero de costillas calizas que parecen romper el pellejo de la tierra; ese pasillo es la frontera entre el Somontano y La Ribagorza. La carretera de Barbastro (N-123) bordea finalmente el Embalse Joaquín Costa, cuya cola se estira hasta las puertas de Graus. El pantano se construyó en 1932, y su presa es buen ejemplo de la arquitectura regionalista de la época. En uno de sus márgenes asoma el despoblado de Cáncer, una estampa tan bucólica como triste –uno recuerda páginas de La lluvia amarilla, de Julio Llamazares–. Enseguida estamos en Graus, donde Costa pasó la mitad de su vida, sus primeros y sus postreros años. La plaza de Graus es de las más bellas de Aragón, con soportales y fachadas decoradas con pinturas naif. En la casa de Costa puede verse un pequeño museo con su despacho y archivo; en la antigua iglesia de los Jesuitas, el Espacio Pirineos también presenta algo sobre el pensamiento y los proyectos hidráulicos del león de Graus.
Una curiosidad final: en el núcleo de Panillo (a unos 9 kilómetros de Graus), lamas procedentes de Bután fundaron en 1984 el mayor centro budista que existe en España; algo insólito, singular por su color y arquitectura, que subraya la belleza universal de estos paisajes líquidos y hace recordar el sabio consejo de un oriental (precisamente), Bruce Lee, que no hubiera desagradado a Joaquín Costa: Be water my friend.


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